"La adormidera produce una droga, de la que se dice cura, aunque mata como un sable..." Esto aseguraba el célebre medico chino Li-Shi-Chang allá por el año 1578. Tres mil años antes médicos egipcios ya habían enumerado cerca de 800 remedios, la mayoría de los cuales contenían semillas de adormidera.
El origen de su cultivo parece encontrarse en el Mediterráneo. Los sumerios lo utilizaban con fines curativos desde el 3500 a.C. Se piensa que de allí se extendería su empleo entre los egipcios y los persas. Posteriormente los navegantes portugueses lo llevaron a la India y en el siglo X a China. En la actualidad crece prácticamente en todo el globo terráqueo.
Esta planta fue introducida a México por los españoles. Allí se le dio el nombre de amapola y comenzó a utilizarse como narcótico para producir sueño, especialmente en casos de dolor severo. De hecho hoy en día las personas dedicadas a la herbolaria en este país y en todo el continente continúan recomendando su uso, a pesar de la prohibición.
La planta tiene un tallo hueco y fistuloso cuyas ramificaciones llegan a medir hasta un metro y medio de altura. Cada rama termina en una flor ovoidal blanca o roja (según su variedad). Llegado el tiempo de maduración, las flores se abren y conforman los frutos: cápsulas de unos 3 cm de alto en cuyo interior se encuentra la semilla junto con una sustancia de color blanco. Éstas cápsulas se rayan con cuchillos especiales para recolectar el jugo lechoso que despiden, el cual, al contacto con el oxígeno se va oxidando y adquiriendo un tono marrón.
El nombre genérico de la adormidera o amapola es Papaver. Esta planta contiene 24 alcaloides conocidos y la mayoría de ellos se utilizan con fines médicos. Su variedad más productiva es la somniferum, aunque se cultivan también clobrum, septiferum y bracteatum debido a las distintas concentraciones de los alcaloides que se busque producir. Los principales son morfina, tebaína y codeína.
La adormidera y sus derivados, los llamados opiáceos, forman parte indispensable de la farmacopea desde su origen mismo. Gran parte del saber farmacéutico de los griegos y de los romanos llegó a Arabia gracias a las obras de Discordes, un griego que sirvió en las legiones romanas durante el siglo I. Recorriendo todo el imperio romano, desde España hasta el Asia Menor, investigaba las plantas que pudieran servir como fármacos. Antes de morir transcribió toda su información en De materia médica, obra en cinco tomos que sirvió como catálogo básico de drogas durante 1500 años. A la caída de Roma, la herencia de Discordes fructificó en Oriente, donde los médicos musulmanes hicieron de Bagdad la capital de mundial de la medicina. A lo largo de la Edad Media los monasterios actuaron como depositarios del saber europeo y forjaron un estrecho vínculo entre religión y medicina recetando remedios tanto médicos como espirituales; sin embargo, la introducción de las drogas árabes en la Europa cristiana de finales del medioevo trajo consigo una nueva especialidad: la farmacia.
Durante los siglos XIV y XV las boticas se instalan en locales cerrados que se convierten en elementos básicos de la práctica médica europea. Los médicos ven a sus enfermos en la farmacia local, donde también el farmacéutico receta las drogas que prepara. Paracelso y sus sucesores contribuyen en gran medida a la reintroducción de las sustancias psicoactivas en la farmacopea occidental; defienden particularmente a opio, visto entonces como una panacea. Pronto deja de ser una sustancia ''diabólica'' para convertirse en un ''don de la providencia''. Este nuevo don es capitalizado por la iglesia católica durante el Renacimiento. Basados en textos árabes, romanos y griegos, los monjes se dan a la tarea de preparar diversas drogas; de tal suerte que en el siglo XVI todos los monasterios importantes no sólo cuentan con su propio hospital y sus médicos, sino con una extensa farmacia. Los médicos misioneros y las órdenes de monjas enfermeras datan de esta época.
Como droga recreativa el opio también ocupó un sitio de honor entre los más ilustres consumidores de psicoactivos prácticamente desde el origen de su utilización terapéutica. No obstante, el consumo de opiáceos en un contexto extra farmacológico, tuvo que esperar a que llegar la llamada revolución de las drogas.
Durante el siglo XVIII se aislan los principios activos de varias plantas medicinales: morfina (1806), codeína (1832), atropina (1833) cafeína (1841), estricnina (1857), quinina (1858), cocaína (1860), heroína (1883), mezcalina (1896), etc. En adelante ya no será necesario transportar plantas perecederas de un sitio a otro porque "en un maletín lleno de morfina o cocaína podrán acumularse hectáreas de sembradíos. Tampoco prevalecerá la incertidumbre derivada de la desigualdad de concentraciones en plantas de la misma especie, pues la pureza de los alcaloides permitirá dosificaciones exactas, multiplicando los márgenes de seguridad para el usuario. En menos de un siglo el trabajo de la química orgánica hizo más que en toda la historia universal previa".
Con esta revolución, la adormidera y sus derivados, se convierten en medicamentos populares. El láudano, las tinturas y los polvos se dispensan en las farmacias a bajo costo, tal como hoy en día las aspirinas o el bicarbonato de sodio. Poco después, comienza a cundir también su uso lúdico. Sin embargo, gracias a una variedad de elementos extrafarmacológicos, tanto la adormidera como sus derivados caerían dentro de la prohibición.
No hay comentarios:
Publicar un comentario