Esta localidad es una de las más bellas de la provincia burgalesa. Colgada en una serie de terrazas de toba en la margen izquierda del angosto Cañón del Ebro, se combinan en ella la vista de espectaculares parajes naturales y el sabor popular de sus construcciones. Por ello, su principal orientación actual es la turística, contando con diferentes alojamientos y casas rurales donde poder hospedarse para disfrutar de este magnífico lugar.
En Orbaneja del Castillo convivieron durante siglos mozárabes, cristianos y judíos. De la presencia de estos últimos y su famosa aljama tan sólo queda el recuerdo en algunos nombres de calles. Este lugar fue elegido por los Caballeros Templarios para levantar el Convento y Hospital de San Albín, encargado de ofrecer albergue y protección a los peregrinos del Camino de Santiago. Se trataba de una ruta alternativa al denominado camino francés, que pasaba por San Martín de Elines y Santa María de Cervatos. Asimismo, los Reyes Católicos concedieron a esta distinguida aldea el título de Villa, por lo que sus habitantes quedaron exentos del pago de impuestos.
El pueblo se recorre pronto, y durante el invierno viven en él muy pocas personas. En ningún momento el visitante puede abstraerse del ruido que provoca la cascada que nace en el mismo centro de la localidad, y que es protagonista indiscutible de la estructura urbana. Sus cristalinas aguas brotan en la base de la Cueva del Agua, caverna que se abre en el cantil rocoso que preside el pueblo, y que lo divide en dos partes: Villa y Puebla, condicionando por completo la vida de sus gentes. Por esta cueva, que forma parte del interesante complejo kárstico de Orbaneja, tienen su salida natural las aguas subterráneas provenientes de un enorme acuífero situado en el subsuelo del páramo de Bricia. El caudal de esta surgencia, de carácter permanente a lo largo del año, aumenta considerablemente en época de fuertes lluvias y deshielo, de tal manera que el recorrido de las aguas saltando desde los distintos niveles de terraza de toba, formados y recrecidos gracias a ellas, es un espectáculo único e indescriptible, sobre todo en primavera. En la actualidad, la cueva se visita con un guía y se puede caminar un buen trecho dentro de la misma.
A pesar de que no lleva agua, se puede escuchar cómo el ruido del agua cercana retumba en las paredes. Antiguamente este caudal sirvió para mover las piedras de unos cinco molinos harineros distribuidos a la vera de la cueva, de los que todavía hoy se conservan restos. Sus aguas se precipitan unos 20 metros hacia el Ebro deshaciéndose en espuma sobre una poza de aguas cristalinas.
En este singular paraje se encuentra uno de los conjuntos de arquitectura popular mejor conservados y con mayor encanto de toda Castilla y León. Las casas son de evidente traza montañesa, como no podía ser de otro modo dada la proximidad geográfica de Cantabria. Las casas no son de mucha altura, pero su aspecto exterior se estiliza con las elegantes solanas de madera que se asoman a las viejas y estrechas calles del pueblo. Tan apiñadas están las casas, que parece que los balcones estuvieran suspendidos en el aire.